Parte I

En el cuadrilátero


 

Es una planicie. Ella y sus profundas gargantas kilométricas recuerdan el paso de una masa impensable de barro, piedras, bosques enteros y agua, destrozándolo todo a su paso, engullendo hasta la más insignificante parte que pudiera sobresalir. Ha dejado la tierra plana del todo, con surcos que recuerdan demasiado a cicatrices de uña o estilete.

 

Todo es seco. No hay viento siquiera. El sol es ya solo un tenor de lo tenue que llegan sus rayos, blanquecinas a azules, ni frías ni calientes. Parece una atmósfera llena de humedad, y es la irrepetible forma de la luz que se pierde en partículas más lentas, incapaces de mantenerse en rayos programados como de antaño.

 

El es un tipo extraño, de piel gruesa y azulada. Una piel con muchos bultos, anillos y ornamentaciones puntiagudas que recuerdan lejanamente al camaleón. La cara es totalmente humana, salvo por el color aún más acentuado de un azul reflectante, profundo en su amplio espectro.  Son millones de tubitos increíblemente finos que componen su largo pelo, en constante movimiento de ondulación, pero sin dejar espacio suficiente jamás para ver más allá de sus tres o cuatro primeras superficies fluctuantes.  No es alto, ni es bajo. No es ancho, ni es fino. Puede ser como… cualquier cosa y cambiar en cualquier momento. ¿La edad? Permitídme reír. Lograr un azul así requiere no tener edad, o morir frustrado en el intento.

 

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Ella no es como el. Es claramente extraña, de piel brillante que confunde y funde la vista para no dejar pista de como es realmente, o si hay o no hay piel, o si hay otra cosa, una piel que no encierra, ¿quizá una así? ¿Cómo que cada poro te está mirando? ¿Y que cualquiera de esas miradas es suficiente para que tu vista no llegue más lejos de lo que ella permita? ¿Es tu mareo, o es que toda ella fluctúa como lo hace la piel de ese tipo extraño azulado? ¿Cómo es que aún así la ves como una humana de pelo largo que puede cambiar de luz a todos los niveles y en cada momento. Déjate ya de edades. Bastante tengo con el mareo y contenerlo, para no echar las papas.

 

 

Ella le mira y … niega con ese fruncir impecable como minúsculo. El baja la vista, antes puesta en ese horizonte sin elevación posible.

-«¿Cómo pudo pasar? ¿Qué puede desencadenar un desastre tan absoluto?»-, le pregunta, inclinando la cabeza para seguirle de lado esa mirada ahora cabizbajando.

El no dice nada desde esa Nada en la que ancló su mirada. Lentamente materializa un libro entre sus manos.

-«Inventamos una palabra. Fue solo una palabra. Una sola.»-, le dice a ella, mientras clava su mirada en la portada del libro, como resucitándola de su función de ancla a otros niveles probablemente igual de oscuros, pero al menos lo suficientemente reflectantes para estimular alguna reacción.

Ella no mira el libro. Toda ella está mirándole a la cara, esperando la respuesta a su pregunta.

-«Es… la palabra es…»-, pero el no es capaz de decirla y son ligeros temblores que recorren ahora por encima de ondulaciones y piel, imprimiendo una imagen de oleaje repentinamente violento, cielos oscuros y descargas muy próximos a relámpagos.

Ella le libera de más esfuerzo al contemplar la portada del libro. Hay una palabra. Una sola. Es un libro de texto, de grado superior, probablemente universitario. La palabra le parece intensa, no obstante simplona y vacía al mismo tiempo.

-«¿Ekko-no-mi-a?»-, le envía con mirada entre la incredulidad y la extrañeza.- «¿Qué significa?»

-«E-cono-mí-a»-, le contesta en cuatro sílabas forzadas, cuatro laterales forzados que encerraron un mundo en un cuatrilátero tan grande como inalcanzable el horizonte.

 

 

4.4.4.4

 

El nacer y el crecer están sobrevalorados y embellecidos por esclavos que no quieren o no pueden hacer otra cosa que ser esclavos. En realidad, todos los seres que han de nacer, lo hacen porque les han forzado a ser apenas nada cuando entren en este mundo, y que desde el primer segundo están muriendo, es decir perdiendo lo poquito que eran permitidos ser al nacer. Es simple de ver, y solo un esclavo que haya tirado la toalla puede encontrar algo de sosiego en ese rincón del ring, en vez de reconocer que sus amos le temen y en consecuencia averiguar la razón de tanto temor. Eso de nacer es un invento de los amos para poder de alguna forma manipular al que tanto temen, porque le dejan con prácticamente nada, perdiendo a cada segundo un trocito de ese apenas hasta que resulte en nada.

Tirar la toalla en ese combate significa amar el cuadrilátero antes que a uno mismo. Es abrazar al amo, con la vana esperanza de obtener un pasaporte o salvaguarda.

 

4´4´4´4

Un ser humano que se aleja del contacto con otros seres de su misma especie, o quien los reduce a ráfagas inevitables, quien se refugia entre seres de distintas especies, puede – a pesar del número 250 – lograr parar el y los procesos de destrucción impuestos en el y los demás seres con los que tenga contacto.

Es una decisión de romper la programación en todas las partes que se puedan reconocer. Si la casa de un ser ha de hablar de que está más allá de abrazar al amo, será una casa llena de vida de distintos seres, estará llena de agua, tendrá poca luz entrante desde el exterior, usará poca luz artificial, bloqueará todo tipo de ondas, y tendrá un orden incomprensible para cualquiera que no sea exactamente como ese ser, es decir por nadie.

Al convertir la casa en ampliación del cuadrilátero, y al aislarla de las emisiones habituales del amo, el ser humano podrá reconocer con mucha más facilidad las herramientas del amo, reaccionar ante ellas de forma desconocida y convertirse en alguien completamente desconocido e incomprendido.

 

4’4’4’4

Ese ser, lejos de creerse libre, evitará a toda costa la repetición, modificando incluso los gestos minúsculos en ligeramente distintos, lo suficiente para que toda repetición esté lastrada por algo incomprensible. Eso hará que su trabajo, sus creaciones, sus ideas, sus manifestaciones e incluso su apariencia se escape por completo a la comprensión, desaparezca o nunca es recordada. Es incopiable y no deja ninguna copia en su camino, ningún rastro que pueda ser andado por segunda vez.

En cambio, los seres que abrazan al amo, se parecerán todos de alguna forma, repetirán una y otra vez lo mismo, encontrarán felicidad en el orden, en las costumbres, en los protocolos, en las programaciones, en la notoriedad, en los logros, en los números y alfabetos. Sus cuerpos son como sus mentes: rígidos desde tierna infancia, resquebrajándose ante el más mínimo imprevisto que ni siquiera era imprevisible, simplemente fueron preferidas otras repeticiones antes que esa.

 

4¡4¡4¡4¡4

 

 

Ese ser incopiable comenzará a desaparecer incluso para el mismo, conforme haya arrancado las imágenes sobrepuestas por el amo. No se reconocerá en ningún espejo, pero sabrá exactamente como es en su sentirse y saberse nunca igual en ningún momento, ni siquiera en las pausas entre momentos imposibles. Comenzará a producir uni-mi-lagros, directamente. No se reconocerán como tales. Nadie podría repetirlos. Los milagros no sirven para ese ser, porque sabe que no son más que repeticiones. Lo que produce es un uni-mi-lagro, un término que ni siquiera se puede comprender sin perder por completo la cabeza construída por el amo.

Es en ese momento, cuando el ser comienza a deshilar las repeticiones más básicas, entre ellas aquellas destinadas a bloquear a todos los seres en la repetición más necesaria para el amo. Comprenderá inmediatamente porque el amo tanto le teme. El amo es un repetidor consumado. Pierde lo que convirtió en repetición ante la mera presencia del ser incomprensible. Una sola vez. Sin repetición.