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Los títulos pomposos son aquellos que no requieren de artículo. No son femeninos, no son masculinos.  Un título de esa guisa acaba siempre por eliminar todo tipo de deseo sobre la sexualidad de las palabras.

Ya se sabe. Cuando el enunciado es así de compacto, se acaban las acrobacias. Alguien ha sacado el cañón gordo del armario, o si lo prefieren, ha abierto una de las puertas tipo portal de la ciudad soñada.

Para ser concreto, tiempo y deseo son el ying y el yang de toda la historia, el bipolar del cuento, la equis que marca el cruce entre ambos. No creo que haga falta, pero por si acaso: ese lugar que marca la equis, ese lugar eres tu.

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De hecho, la experiencia de todo el universo y universos por conocer es una. Un microsegundo, nada más. El resto, todo ese tiempo añadido, es porque el deseo no paró ahí. No le era suficiente un segundo.

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Salgan a la calle, amigas y amigos. Échen un vistazo, y verán que nadie está haciendo realmente nada. No hacen, sino que se entretienen. Cuando la vida era un segundo, no les daba tiempo para otra cosa. Ahora que la vida dura más que ese segundo, no saben como rellenar ese tiempo. Que sí. Observen a sus semejantes, a nuestros iguales.  Prácticamente todas las ocupaciones que tienen no sirven para absolutamente nada. La vida, o lo que se comprende como vida, esa ya se produjo en el primer segundo.

¿Fué también su último?

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Es el deseo de prolongar la vida el que conduce a una especie de vida más larga. Digo especie, porque en realidad no es vida, sino programación. Sólo con una programación férrea puede aumentarse poco a poco la «esperanza de vida».  Requiere, por ejemplo, que se aprenden, memoricen y ejecuten determinadas acciones, ya que con las que trae la sopa genética, no es suficiente. Esa sopa, de hecho, nunca estaba diseñada para más que un segundo, o mejor dicho, antes de que hubiese más segundos, ni siquiera existía. Los genes, nos guste o no, son el resultado directo de deseo y tiempo, es decir que esa equis que eres tú se basa única y exclusivamente sobre esos dos vectores.

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Esto de aquí, debería ser un gran juego. Reconocerse como tal, jugarlo y punto. Es ponerle un límite al deseo, es decidir en que nivel queremos vivir. En el nivel cero (0), no hay límite a nada, aunque todo lo que se produce en ese nivel sea prácticamente inútil. El nivel tres (3) ofrece movilidad, grandes vistas y el comienzo del despertar. El nivel seis (6) el sexto sentido y reconocer la suerte. Ahora bien, cualquiera de ellos también se aferra al deseo, y no son otra cosa que playas en las que el tiempo pasa cada vez más despacio. Así, en el nivel diecinueve (19) un segundo dura quince horas. Un segundo del nivel cero (0), para dejarlo bien claro.

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Un médico es un buen soldado. Lucha con su arsenal de armas contra las enfermedades. Les pega tiros, bombazos, las ataca vilmente, las ataca desde todos los lados, las mata una y otra vez. Aún así, el médico es visto como el bueno de la película, porque nos cura a quienes amamos, o directamente a nosotros. En cambio, el soldado… ese o bien nos mata o nos salva. Un vistazo desde el nivel seis (6) a la realidad, no obstante muestra al médico igual de peligroso como al soldado. Muestra a la industria detrás del médico igual de peligrosa como un ejército armados hasta los dientes y con sed de sangre. No hay diferencias, somos nosotros quienes nos inventamos todo tipo de contrastes que – y eso no debería sorprender – no existen.

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Claro que podemos empezar a discernir sobre sí vale o no la pena, pero esa no es la cuestión. El sentido de la vida simple y llanamente no existe, porque lo que consideramos vida no es.  La vida se produjo en ese segundo, el resto nos expone a estar incluso durmiendo casi un tercio de esa existencia. Sería inaguantable sin dormir. Sin poder desconectar. Y duerme todo quisqui, como dicen en mi pueblo. Las moscas, los gatos, los lagartos, el del bar, la humana de la tienda, el banquero, soldado y médico. Nadie se escapa de esa necesidad, y si lo hace, se droga para poder dormir.

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El que tiene un jardín, lo reconocerá enseguida. Es obligatorio crecer, adaptarse y aprender en la selva. Lo sabemos al ver a las plantas en sus millones de formatos distintos para asegurarse su espacio de vida. Aún así, aún dándoles nombres distintos y diferenciarlos en base a datos mil… siguen siendo plantas. Es el humano que se cree distinto, y que incluso ve diferencias entre animales y plantas, y sobretodo… el mismo. No las hay. Todos vamos en la misma dirección, que es alargar el tiempo con un deseo increíble… pero cierto. Las formas que hayamos adaptado después del segundo de nacer-vida, esas no nos diferencian. Nos une el deseo, y esta cárcel que – naturalmente – hemos construido todos juntitos en base al mismo deseo.

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Hay muchas partes de esa pseudo-existencia que siguen gustándome. Así, el juego me fascina. Me vuelve loco de contento ver a un gatito salvado. Si son 50, ya ni lo cuento por decencia. Cuando veo como se ha prolongado otro invierno algún abuelito o abuelita de mi vecindario, sé que una parte mía echó el resto para que así sea. El enamorarse, eso sí que es una locura de las geniales en esa sopa de aburrimiento llevado a la tortura.  Comunicarse, poder aislarse, poder comunicarse de nuevo. Eso también tiene su miga. Son expresiones de amor, de amar, de amarse a uno mismo, etc.

Digamos que yo no estaba contento con eso de más segundos. A mi me mola prolongarlas, vivirlas intensamente – aunque ahora incluso sepa que no vivo realmente. Es que me da igual. Si le puedo quitar de la pala de la muerte a una hormiga, lo hago. Lo hago cien veces, cien mil o un millón. Y luego levanto el dedo ese de la mano en clara señal hacía ese fin de existencia. Me llena de satisfacción, aunque ya sé que la muerte renacerá millones de veces en cada vida que no produce.

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Hay una base rebelde en nosotros. Es independiente del tiempo, porque lo crea. Es el deseo.  Hay una parte sumisa en nosotros, totalmente dependiente del deseo. Esa parte segunda es el tiempo.  Lo que tejemos entre ambas, esa es la historia que conocemos.

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Yo seguiré luchando, básicamente en los niveles 3, 4 y 6 (tres, cuatro y seis). Lo haré en plan juego, aunque mal día para quien elija el mismo escenario que yo y piense remotamente meterme un cañonazo. Ni me va a arañar siquiera.

Desde que he reconocido al deseo como fuerza única en mi, me da igual el tiempo. Me da igual si son billones de combates más. Mi deseo me sacará de todos y no dejará atrás a nadie.

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La selección natural no existe. Existe la vida, durante un segundo, y luego hay selección programada. Ejercitos que se tienen que enfrentar entre ellos. Pararlos es imposible, porque no viven. Si tuvieran vida, no la defenderían, ni la atacarían. Dile a una planta que no invada el territorio adyacente, o a un microbio que tu casa no es para el. No reaccionan, no te reconocen, no pueden… porque no viven. Tu tampoco, pero al menos te has vuelto consciente de eso, si compartes estos pensamientos conmigo.

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Es hora de formar la primera caravanserai en el sur del continente europeo. Aquella de los Treboles. Es hora de eso. Es hora de hacer del tiempo que hemos ganado en base a matarnos, un tiempo que llene los anales de la historia hasta echar para siempre la dependencia para con el pasado.

Es un paso gigantesco, pero yo sé que antes de febrero del 2013 se habrá producido una gran parte del mismo en todos los que me leen.

Las y los que vuelven del nivel nueve (9), lo hacen porque les va la marcha y porque tienen para repartir.

Es inevitable que se unan, y lo harán ahora.

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